viernes, 25 de febrero de 2011

con g, k, j ó ?????

Quiso tratar de aclarar pero fue en vano, mas buscó mas confundido quedó.
Y eso que no se conformó con los titulares de los periódicos nacionales, buscó entre españoles, uruguayos, australianos, italianos, estadounidenses, chilenos y se cansó de buscar.
Y al final no sabe si es:
* Gadafi
* Khadafy
* Kadafi
* Jaddafi
* Gadhafi
*Kaddafi
* Gheddafi
* Khadafi
* Gaddafi
...............................

martes, 15 de febrero de 2011

el carrito naranja

Marietta, hoy toda una mujer, alguna vez fue una niña inquieta, rebelde, reticente a dormir siestas, poco simpatizante a sopas de cabello de angel, algo desobediente, exploradora de jardines conservados por competentes jardineros, devoradora de tierra tanto como de higos caídos.
Esa niña solía vacacionar en un poblado enclavado en las sierras, en una residencia confortable y acogedora, con piscina, juegos infantiles, árboles frutales y de los otros, mucho verde y muchas flores.
Marietta, disfrutaba cada verano en ese lugar junto a su hermanito, amiguitos, amiguitas, primitos y primitas, siempre bajo la mirada atenta de su mamá, quien pasaba las tardes sentada en el amplio parque tomando mates endulzados con caña Legui junto a sus amigas del villorio. Era su deleite saborear los ricos asados que en el colosal parrillero hacía su papá, quien mientras daba vueltas en la parrilla, chorizos, morcillas, vacíos y costillas, degustaba de tintos ricos y caros.
Le apasionaba a la hija de ese experto asador, corretear por los cerros cercanos, tocar timbre en las casas vecinas y salir corriendo, sentarse en la vereda para observar los caminitos que hacían las hormigas, acariciar perritos vagabundos y gatos con atributos intactos pues eran tiempos de veterinarios sin tijeras castra doras. También jugaba en el extenso jardin debajo de los nogales y castaños con las hamacas, el sube y baja y como no sufría de vértigo cada tanto se tiraba del tobogan. Aunque uno de los juegos que mas le gustaba era cuando sus compañeritos de travesuras la arrastraban tirando del "carrito naranja". Vale aclarar que ese carrito naranja no era mas que eso: un simple carricoche metálico color naranja de tal tamaño que apenas contenía la pequeña humanidad de Marietta.
Así transcurrían los veraneos e invierneos de infancia y pre adolescencia de nuestra Marietta, llamada Ela por los familiares y amigos cercanos.
Y Ela creció - en experiencia porque de estatura poco- fue a la escuela, dejó de comer tierra, consiguió trabajo digno, tuvo novio (novios), se casó, dio a luz una bella y peluda criatura, dejó de ser rebelde, se hizo mas responsable, vivió alegrías y sinsabores y dejó de ir a pasar temporadas en la casita de las sierras. Aunque cada tanto, en las tardes melancólicas de llovizna otoñal, sentada en el rincón cálido de su hogar, aguja de crochet en mano, se acuerda de aquel carruaje naranja.
Quiso el destino que un día, regresando de un fascinante viaje por el interior de las pampas, apareciera en el camino el pueblito serrano tan caro a los sentimientos de Marietta. Al ver el cartelito con el nombre del paraje, sintió como una voz que le decía: Eeela Eeeela y Ela buscó la sombra de un paraíso estacionó el coche y se largó a caminar, por esas calles pavimentadas que ayer eran senderos de piedra y hoy hasta semáforos tienen; ya no sentía el aroma de lavandas ni hierbas aromáticas, ahora el aire estaba inundado de olor a hamburguesas de los fast food de la avenida, tampoco pudo ver los hippies artesanos, hoy son locales que muestran productos chinos y vendedores ambulantes senegaleses ofertando relojes de marcas dudosas. Siguió caminando con el paso firme buscando con la vista inquieta la casita de sus recuerdos infantiles.
Al final de la calle principal, apareció la ansiada morada, hoy convertida en un lujoso hotel de media estrella pero conservando mucho de ese lugar que la cobijara en sus años primeros. El corazón comenzó a latirle mas fuerte y el pecho se apretujaba debajo de la escotada remera color coral. Abrió grande los ojos como para poder mirar todo a su alrededor y comenzó a revivir andanzas de otrora.
Juntó coraje y llamó a la puerta, se presentó ante un señor corpulento y amable; cuando le dijo su nombre y quien era, el señor actual dueño del lugar, se sorprendió al escuchar el ilustre apellido y no hacia otra cosa que saltar y danzar llamando a su mujer y demás familiares que poblaban la casa, diciéndoles en voz alta: pero miren a quien tenemos aquí!!! la hija de tal, la nieta de tal....
Una vez tranquilizado, el fornido señor invitó a Ela a recorrer la casa, trayecto que era amenizado por paradas en las cuales la visitante, gimoteaba, lagrimeaba y soltaba expresiones de asombro. El dueño de casa como disfrutando de la conmoción de Ela no hacia mas que mostrarle elementos antiguos; este es el sillón donde se sentaba su abuelo, aquí esta la hamaca, recuerda este atril donde pintaba su abuela?, y así con el columpio, el perchero, el sube y baja y algunas cosas que la forastera ni se acordaba pero decía que si para no desilusionar al anfitrión. Siguieron recorriendo la estancia el aire llenándose de recuerdos, de los olores y de murmullos de conversaciones que alguna vez oyeron esos añosos árboles.
Hasta que en un momento, la huésped, con una mirada tan tierna que ablandaría al mas duro, espetó: lo único que me faltaría ahora, sería encontrar un carrito con el que jugaba en las tardes de estío. Al escuchar ese casi ruego, al hotelero se le amplió la sonrisa y tal vez pensando algo así como: esta no te la esperas! llamó a su obediente hijo ordenándole levantar unos maderos, chapas y otras cosas inservibles ... Ahora la gran sorpresa, que había debajo de los bártulos levantados? Siiiiiiiiiiiiii! El famoso carrito naranja!!!
Si hacia falta algo para que Ela se derramara en agradecimiento, en sollozos contenidos, en alabanzas al señor de los cielos y al señor que no hacia mas que desempolvar recuerdos, era tener frente a ella al carrito.
Que momento !!! Pura emoción.

Después de serenarse y como todo no podía ser perfecto, Marietta tuvo la brillante idea de intentar subirse al carrito. Todos los que la rodeaban en ese momento tuvieron una expresión como de: señora! esta usted grande para eso, no sea chiquilina!
A partir de ese momento, Marietta visita semanalmente al sicólogo a fin de que le ayude a aceptar eso de cumplir años. Todo culpa del carrito naranja.