lunes, 1 de marzo de 2010

UN FINAL


Bajó del coche cerrando torpemente la puerta. Cruzó a media carrera la calle, encorvado, protegiéndose de la pertinaz llovizna.
Quería ser el primero en llegar a la cita. El picaporte le mojó la mano que acarició el pelo canoso y húmedo.
Entró al bar y recorrió las mesas con la mirada. La vio. Ella estaba allí, en la mesa del fondo, mirando a través del vidrio surcado por los dibujos que hacía la lluvia.
Lamentó haberse demorado, hubiese preferido verla entrar, ser él quien la recibiera. Pero como siempre ... tarde.
Aunque los metros hasta llegar a la mesa eran un par apenas, le pareció muy larga la distancia.
Se acercó despacio, trató de sonreír y le salió un apenas audible:
- Hola.
- Hola, contestó ella.
Tenía el pelo mojado, los ojos grandes, brillantes y húmedos.
¡ Que linda estaba! Y que mirada triste, sus labios dibujaban una mueca de nada.
La miró y ella esquivó la mirada. Se inclinó para besarla y sintió el frío de su cara, esa cara que
hasta hace tan pocos días acarició. Pensó que no era tarde para recuperarla, que luego de tomar el café, recordarían, volverían a sonreír, se besarían, cruzarían la puerta del bar y saldrían a la calle abrazados otra vez. Que lo de estos días sería sólo un mal recuerdo y que serviría de experiencia para no cometer los mismos errores. Que volverían a caminar juntos y a disfrutar de las reuniones con amigos. Proyectarían nuevos viajes y la vería otra vez dormir a su lado, relajada después de hacer el amor. Volvería a escucharla cantar mientras cocinaba reinando entre los cacharros de la cocina y que volverían a mimarse después de discutir por tonteras.
Se quitó el saco salpicado de gotas, lo colocó en el respaldar de la silla de madera y trató de inventar una sonrisa.
Volvió a clavar la mirada en esos ojos tristes, le contó del tránsito, de las frenadas de los coches bajo la lluvia, del por que de la tardanza, cosas triviales y tontas. Se esmeró mas que nunca por ser simpático y seductor.
Ella apenas monosílabos, parecía ausente.
Él hizo algunos malos chistes, riéndose solo. Se dio cuenta cuánto la quería.
Deslizó sus manos tratando de atrapar las de ella, quien discretamente las retiró para buscar los cigarrillos en la cartera. Él, presuroso le acercó la llama del encendedor y buscó los suyos que encendió nervioso.
Casi un monólogo de su parte, recordó vivencias juntos, le preguntó por sus padres, por el trabajo, por su perro. Preguntas sin sentido porque todo conocía de ella. Le dijo que la quería, que siempre la había amado, que tenían tantas cosas pendientes, que la necesitaba, que la extrañaba y que no quería perderla. Se sintío estúpido repitiendo una escena de novelas de la tele.
Sintió que le hablaba a nadie, que estaba frente a una muda muñeca. Ella con gesto resignado dijo poco, algún reproche, que estaba cansada, que no quería más de lo mismo, que empezaba a descubrir que sola podía...
Volvió a mirar esos ojos que ahora dejaban escapar unas lágrimas largamente contenidas. Se sintió el peor, el más cruel, un idiota, un imbécil. Se maldijo por provocar que esos ojos lloraran. Quiso acariciarle la mano y ella con disimulo volvió a retirarla. En ese instante entendió que la perdía. Levantó la vista y el espejo colgado de la pared le devolvió arrugas en la frente, escarchas en las sienes y una mirada cansada. En la boca el regusto amargo del desamor. El alma se le escapaba subiendose a la nube de humo del cigarrillo que moría en el cenicero. El horizonte se achicó de pronto.
Élla miró el reloj, era el final.
Recordó en esos instantes otros dolores, otras pérdidas, otras despedidas.
Lento y deseando retenerla le invitó otro café.
- No, es tarde, tengo que volver - dijo ella.
Le ofreció llevarla.... afuera llovía.
Ella otra vez dijo no con la cabeza, levantándose lentamente de la silla. Lo miró, triste, a los ojos.
Era la última mirada, apenas un beso en la mejilla, sintió su perfume y se contuvo para no estrecharla en un abrazo que deseaba fuese interminable. No hubo mas palabras ni ojos que se miraran.
Ella salió del bar y él la siguió con la mirada a través de la ventana, llamó al mozo, pagó la cuenta, se levantó cansado, cruzó la calle y la lluvia hizo que nadie se diera cuenta que lloraba.

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