Anda don Manolo algo confundido, con sueño y muy pensativo. Pasa que se le ha muerto un vecino, casi un amigo con quien otrora compartía charlas, anécdotas y alguna que otra discusión. Del triste acontecimiento se enteró por casualidad, esperando que lo atendieran en la panadería para comprar sus dos mignones diarios, escuchó el comentario de la muerte de don Paco quien llevaba un tiempo largo en un geriátrico, lugar donde lo ubicaron sus hijos, debido a sus casi 90 años que vinieron con todos los achaques posibles y sabido es que los hijos tienen su vida y sus quehaceres que no le dan tiempo para atender a un viejo enfermo. Además como decía su hija mayor la Yoly: en que lugar papi estará mejor atendido?
Le pegó fuerte la noticia, si bien hacía rato que no veía a don Paco, cada tanto sabía de su estado de salud por los comentarios de los demás vecinos. Ya empezaba a extrañarlo, bueno que no es tiempo de andar perdiendo compañeros de charla, si bien don Manolo era bastante menor, ya la guadaña se había llevado a varios de sus contertulios cercanos y estaba quedándose sin interlocutores válidos.
Sentado a la sombra del ciruelo que ocupaba gran parte del patio, don Manolo, comenzó a deshilar recuerdos y pensamientos sobre lo vivido en las últimas horas.
Recordaba velorios de otros tiempos, cuando se hacían en la misma casa del difunto, de como corría rápido la noticia en el barrio, la gente asaltaba los lugares de duelo a fin de ofrecer ayuda a los deudos, colaborar con la preparación del escenario mortuorio, ofrecer cooperación y alguno se ocupaba de "la colecta" que era una forma de recaudar fondos entre los vecinos para hacer frente a los gastos del sepelio en el caso de familia necesitada. Y un ardid del recaudador para hacerse de una propina por la labor realizada.
Era incesante la llegada de vecinos, familiares, amigos y hasta algún que otro curioso que nunca falta, buscaban entre el gentío a los familiares mas cercanos, que era fácil distinguir, pues eran los de rostro acongojado y dolorido. El saludo era una expresión repetida: "mi mas sentido pésame" y se estrechaban las manos y en algunos casos un abrazo con palmadas en la espalda del deudo.
Entre los que hacían el aguante, se escuchaban dichos como: "no somos nada" , "hoy estamos, mañana quien sabe", "hoy le toco a él mañana a cualquiera de nosotros", "pensar que ayer vendía salud". Y en los casos de gente muy mayor, se oían algunas sentencias como; "ya no era vida la que llevaba", "al fin dios se acordó de llevarlo" y algún que otro comentario al respecto.
Los familiares del muerto vestían con ropa de colores oscuros, comenzando rápidamente el luto los hombres corrían en busca de corbatas y brazaletes negros y las mujeres vestidos, zapatos y hasta medias negras. Luto que conservarian el tiempo que correspondiere al grado de parentesco.
Los visitantes acompañaban la ceremonia vestidos también de forma recatada y hablaban en voz baja como muestra de respeto.
Después de saludar a los dolientes mas cercanos, era un ritual inclinarse sobre el ataúd escoltado por alguno de esos familiares y expresar algún comentario para la ocasión o realizar un gesto de condolencia y era menester no retirarse hasta que llegaba otra persona que lo relevaba en la actitud. Algo semejante a lo que ocurría en las fiestas de quince en el momento del vals y del baile con la quinceañera, salvando las distancias claro.
El lugar elegido para el velorio estaba habitado además del ataúd y su triste contenido, por unos artefactos eléctricos que imitaban velas, un neón de color azul violáceo que rodeaba una cruz en la cabecera y unos caballetes que con el pasar de las horas eran ocupados por grandes coronas compuestas por abundantes calas, gladíolos, crisantemos y claveles. Las coronas llevaban una cintas de color violeta con letras doradas que rezaban: "su esposa" "sus hijos","sus hijos políticos" "sus sobrinos y nietos" "sus amigos" "sus vecinos" "comisión directiva del Club La Alborada" "Almacenes Hurlinghan" (lugar donde trabajaba el difunto). Hoy en día siendo tiempo de vacas flacas, las cintas llevan escrito: "su esposa, sus hijos, hijos políticos, sobrinos, nietos y amigos". Además, a modo de ofrenda económica había ramos, palmas y en caso de ahijada o sobrina predilecta se colocaba dentro del féretro una cruz de flores rojas con una tarjeta con el nombre de la nena. Se hacía cada vez mas intenso el olor de las flores por lo cual la gente cada tanto salía de la sala a tomar aire y protestar en voz baja diciendo: me mata el olor que desprenden los claveles, es por la alergia, vio?
También estaban aquellos que cada tanto sentenciaban para ser escuchados sin dirigirse a nadie: "era tan bueno..." "y...todos tenemos el destino marcado" "por eso hay que vivir la vida" "al final todos vamos al mismo lugar", contando además que no le gusta ir a los velatorios y que vino por compromiso.
Entre los concurrentes siempre había una niña o señora entrada en edad que bandeja en mano ofrecía café, algún licor dulce, anís a las damas y bebida blanca (grapa o ginebra) a los caballeros.
Nunca faltaba la actitud de un vecino o compinche de la mesa de truco del club, que arrimándose muy circunspecto a otro acompañante le preguntara con voz de tristeza simulada: que edad tenía el finao? y corriera luego hasta el quinelero para jugar la cifra, diez pesos a la cabeza y cinco a los diez en la nacional, provincia y oro.
Era un gesto de cortesía y de figuración-por las dudas de no ser visto- dejar escrito en una tarjeta, ubicada en el "tarjetero" provisto por la funeraria para tal función, una frase comunicando:"nuestro acompañamiento en el dolor, estuvimos a las 20.50 hs" firmado Roberto Sañudo y Sra. Esta comunicación hacía que días después del velorio la familia doliente enviara un agradecimiento mediante el "tarjetón de luto" que consistía en una tarjeta símil parte de enlace en color blanco y con un reborde en negro; en algunos casos además del recuadro negro llevaba la foto del fiambre.
Cuenta don Alejo Espectro, dueño de una antigua casa de servicios fúnebres, que cuando el finado era de pocos amigos y con el fin de hacer sentir bien a los deudos, él mismo Alejo se ocupaba de escribir varias tarjetas con nombres ficticios que luego hacia entrega a algún familiar antes de retirar el servicio.
Recordaba don Manolo de la noche anterior, que en algún momento se sintió en soledad, porque llegada hora temprana para un velatorio, las puertas de la sala se cerraron y nadie mas entró hasta la mañana y los poquísimos que estaban adentro se acomodaron en sillas y sillones y después de despatarrarse cómodamente dejaron de lamentarse para pasar a roncar ruidosamente algunos, otros dormían en silencio.
Años a, rememoraba don Manolo, cuando los velorios era lugares propicios para el reencuentro de viejos conocidos y parientes y no se hacían en salas velatorias alquiladas como en el caso que le tocó la noche anterior, los amigos y familiares mas cercanos del difunto pasaban la noche , acompañandose unos a otros, recordando anécdotas, llorando unos, compartiendo angustias otros, sacrificando el sueño a modo de homenaje en las últimas horas antes de la partida, que marcará el viaje final sin retorno del difunto. Reunidos todos en ese ámbito de símbolos sacros y teñido de aflicción, tristeza y dolor; tanto dolor genuino que no hacía falta como ocurría antiguamente en algunos pueblos, contratar lloronas para que mantuvieran el llanto vivo durante todo el velorio.
Algo que no se pierde, es la ronda de cuentos en los velorios. Siempre existe algún buen contador que provoca alguna risa y carcajada motivo por el cual se suele escuchar de boca de un comedido, un: shhhhhhhhhhhh, mas respeto que esto no es una fiesta!!
Al llegar el diario de la mañana, corrían los familiares a leer las necrológicas, luego se escuchaba la queja de una cuñada bipolar al no ver su nombre en el obituario.
También le extrañó a don Manolo eso de que ya no se llevaba a pulso el ataúd caminando algunos cientos de metros hasta introducirlo en el vehículo que lo conduciría al cementerio. Pensaba que en algunos casos de muertos odiosos en vida, no tendrían quien tomara las manijas para el corto paseo.
En verdad, los tiempos cambian y las costumbres también. Y las horas pasan, tanto que don Manolo entre reflexiones y recuerdos y ayudado por el calor de la siesta y a la sombra del ciruelo, se fue quedando dormido.
Le pegó fuerte la noticia, si bien hacía rato que no veía a don Paco, cada tanto sabía de su estado de salud por los comentarios de los demás vecinos. Ya empezaba a extrañarlo, bueno que no es tiempo de andar perdiendo compañeros de charla, si bien don Manolo era bastante menor, ya la guadaña se había llevado a varios de sus contertulios cercanos y estaba quedándose sin interlocutores válidos.
Sentado a la sombra del ciruelo que ocupaba gran parte del patio, don Manolo, comenzó a deshilar recuerdos y pensamientos sobre lo vivido en las últimas horas.
Recordaba velorios de otros tiempos, cuando se hacían en la misma casa del difunto, de como corría rápido la noticia en el barrio, la gente asaltaba los lugares de duelo a fin de ofrecer ayuda a los deudos, colaborar con la preparación del escenario mortuorio, ofrecer cooperación y alguno se ocupaba de "la colecta" que era una forma de recaudar fondos entre los vecinos para hacer frente a los gastos del sepelio en el caso de familia necesitada. Y un ardid del recaudador para hacerse de una propina por la labor realizada.
Era incesante la llegada de vecinos, familiares, amigos y hasta algún que otro curioso que nunca falta, buscaban entre el gentío a los familiares mas cercanos, que era fácil distinguir, pues eran los de rostro acongojado y dolorido. El saludo era una expresión repetida: "mi mas sentido pésame" y se estrechaban las manos y en algunos casos un abrazo con palmadas en la espalda del deudo.
Entre los que hacían el aguante, se escuchaban dichos como: "no somos nada" , "hoy estamos, mañana quien sabe", "hoy le toco a él mañana a cualquiera de nosotros", "pensar que ayer vendía salud". Y en los casos de gente muy mayor, se oían algunas sentencias como; "ya no era vida la que llevaba", "al fin dios se acordó de llevarlo" y algún que otro comentario al respecto.
Los familiares del muerto vestían con ropa de colores oscuros, comenzando rápidamente el luto los hombres corrían en busca de corbatas y brazaletes negros y las mujeres vestidos, zapatos y hasta medias negras. Luto que conservarian el tiempo que correspondiere al grado de parentesco.
Los visitantes acompañaban la ceremonia vestidos también de forma recatada y hablaban en voz baja como muestra de respeto.
Después de saludar a los dolientes mas cercanos, era un ritual inclinarse sobre el ataúd escoltado por alguno de esos familiares y expresar algún comentario para la ocasión o realizar un gesto de condolencia y era menester no retirarse hasta que llegaba otra persona que lo relevaba en la actitud. Algo semejante a lo que ocurría en las fiestas de quince en el momento del vals y del baile con la quinceañera, salvando las distancias claro.
El lugar elegido para el velorio estaba habitado además del ataúd y su triste contenido, por unos artefactos eléctricos que imitaban velas, un neón de color azul violáceo que rodeaba una cruz en la cabecera y unos caballetes que con el pasar de las horas eran ocupados por grandes coronas compuestas por abundantes calas, gladíolos, crisantemos y claveles. Las coronas llevaban una cintas de color violeta con letras doradas que rezaban: "su esposa" "sus hijos","sus hijos políticos" "sus sobrinos y nietos" "sus amigos" "sus vecinos" "comisión directiva del Club La Alborada" "Almacenes Hurlinghan" (lugar donde trabajaba el difunto). Hoy en día siendo tiempo de vacas flacas, las cintas llevan escrito: "su esposa, sus hijos, hijos políticos, sobrinos, nietos y amigos". Además, a modo de ofrenda económica había ramos, palmas y en caso de ahijada o sobrina predilecta se colocaba dentro del féretro una cruz de flores rojas con una tarjeta con el nombre de la nena. Se hacía cada vez mas intenso el olor de las flores por lo cual la gente cada tanto salía de la sala a tomar aire y protestar en voz baja diciendo: me mata el olor que desprenden los claveles, es por la alergia, vio?
También estaban aquellos que cada tanto sentenciaban para ser escuchados sin dirigirse a nadie: "era tan bueno..." "y...todos tenemos el destino marcado" "por eso hay que vivir la vida" "al final todos vamos al mismo lugar", contando además que no le gusta ir a los velatorios y que vino por compromiso.
Entre los concurrentes siempre había una niña o señora entrada en edad que bandeja en mano ofrecía café, algún licor dulce, anís a las damas y bebida blanca (grapa o ginebra) a los caballeros.
Nunca faltaba la actitud de un vecino o compinche de la mesa de truco del club, que arrimándose muy circunspecto a otro acompañante le preguntara con voz de tristeza simulada: que edad tenía el finao? y corriera luego hasta el quinelero para jugar la cifra, diez pesos a la cabeza y cinco a los diez en la nacional, provincia y oro.
Era un gesto de cortesía y de figuración-por las dudas de no ser visto- dejar escrito en una tarjeta, ubicada en el "tarjetero" provisto por la funeraria para tal función, una frase comunicando:"nuestro acompañamiento en el dolor, estuvimos a las 20.50 hs" firmado Roberto Sañudo y Sra. Esta comunicación hacía que días después del velorio la familia doliente enviara un agradecimiento mediante el "tarjetón de luto" que consistía en una tarjeta símil parte de enlace en color blanco y con un reborde en negro; en algunos casos además del recuadro negro llevaba la foto del fiambre.
Cuenta don Alejo Espectro, dueño de una antigua casa de servicios fúnebres, que cuando el finado era de pocos amigos y con el fin de hacer sentir bien a los deudos, él mismo Alejo se ocupaba de escribir varias tarjetas con nombres ficticios que luego hacia entrega a algún familiar antes de retirar el servicio.
Recordaba don Manolo de la noche anterior, que en algún momento se sintió en soledad, porque llegada hora temprana para un velatorio, las puertas de la sala se cerraron y nadie mas entró hasta la mañana y los poquísimos que estaban adentro se acomodaron en sillas y sillones y después de despatarrarse cómodamente dejaron de lamentarse para pasar a roncar ruidosamente algunos, otros dormían en silencio.
Años a, rememoraba don Manolo, cuando los velorios era lugares propicios para el reencuentro de viejos conocidos y parientes y no se hacían en salas velatorias alquiladas como en el caso que le tocó la noche anterior, los amigos y familiares mas cercanos del difunto pasaban la noche , acompañandose unos a otros, recordando anécdotas, llorando unos, compartiendo angustias otros, sacrificando el sueño a modo de homenaje en las últimas horas antes de la partida, que marcará el viaje final sin retorno del difunto. Reunidos todos en ese ámbito de símbolos sacros y teñido de aflicción, tristeza y dolor; tanto dolor genuino que no hacía falta como ocurría antiguamente en algunos pueblos, contratar lloronas para que mantuvieran el llanto vivo durante todo el velorio.
Algo que no se pierde, es la ronda de cuentos en los velorios. Siempre existe algún buen contador que provoca alguna risa y carcajada motivo por el cual se suele escuchar de boca de un comedido, un: shhhhhhhhhhhh, mas respeto que esto no es una fiesta!!
Al llegar el diario de la mañana, corrían los familiares a leer las necrológicas, luego se escuchaba la queja de una cuñada bipolar al no ver su nombre en el obituario.
También le extrañó a don Manolo eso de que ya no se llevaba a pulso el ataúd caminando algunos cientos de metros hasta introducirlo en el vehículo que lo conduciría al cementerio. Pensaba que en algunos casos de muertos odiosos en vida, no tendrían quien tomara las manijas para el corto paseo.
En verdad, los tiempos cambian y las costumbres también. Y las horas pasan, tanto que don Manolo entre reflexiones y recuerdos y ayudado por el calor de la siesta y a la sombra del ciruelo, se fue quedando dormido.
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