Mientras tomaba un extraño brebaje sentado en la mesa del bar que se encuentra frente a la iglesia, el ex comentarista de fútbol femenino y ahora filósofo tercer mundista Víctor Hugo Muzzopapa, reflexionaba sobre lo que veía ocurrir en el portal del consulado papal del barrio:
Varias personas no tan bien vestidas, mujeres de mediana edad, jovencitas otras, algunos adolescentes, chicos en edad escolar, hombres nada escuálidos en edad de laborar, ninguno se notaba desnutrido ni descalzo, si se puede asegurar que la mayoría disfrutaba de la tecnología digital en telefonía móvil. El motivo de la reunión era el recibo de unas cajas conteniendo alimentos que los colaboradores y colaboradoras del párroco repartían después de un breve interrogatorio consistente en quien sabe que cosas.
Muzzopapa seguía con atención el cuadro que se le presentaba ante sus narices, boca y ojos; en algún momento sintió indignación o algo parecido al observar que uno de los beneficiados introdujo la caja en un coche que si bien no era un 0 km no databa de muchos años. Tuvo que pedir al mozo que le sirviera otra vuelta del elixir cuando sus ojos casi saliéndose de las órbitas vieron que una pareja de "necesitados", paquete en mano, abordaba un remis trucho.
Luego de un rato, cuando la puerta del templo se cerró y ya los concurrentes a la entrega de vituallas se habían dispersado, don Víctor, luego de paladear el último sorbo de la copa casi vacía y después de pedir otra con algo mas de hielo, pensó en eso de la beneficencia y de ayuda a carenciados.
Desde siglos que las sociedades de distintos países y regiones se ocupan de esos menesteres.
Comunidades religiosas: Budismo, Judaísmo, Cristianismo, Hinduísmo, Islamismo y otras sin "ismos", instauraron métodos para recaudar dinero, vestidos y comida para indigentes y gente necesitada.
También lo hicieron señoras abnegadas preocupadas por el prójimo organizando, como alguna vez nos contara Mafalda, cenas, almuerzos, algún que otro te canasta y otras reuniones paquetas a modo de colectar pesos, dólares y reales que invertirían en artículos que mitigarian carencias reales.
Claro que todo ese accionar estaba dirigido a menguar los problemas de indigentes, ancianos desprotegídos, discapacitados y otros habitantes en situación de extrema pobreza. Personas que no contaban con techo seguro, que no conducían automóviles y que no conocían de celulares con cámara web ni mp3.
Tal vez ahora, en los tiempos que corren se haya ampliado el significado de la palabra necesitado. Es hora de que el filósofo se agiorne y deje de andar perdiendo tiempo en las mesas de los bares.
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